En 2018, recorrimos los escenarios reales de la novela Libro de Manuel, nuestra primera obra como grupo, y del cual tomamos el nombre La Joda.
Libro de Manuel. 2009.
Adaptación libre de la novela homónima de Julio Cortázar.
La obra arrancaba por el absurdo. Un buen rato, el elenco miraba una pared de ladrillos del hall de la Casa por los DDHH Hermanos Zaragoza en la Ciudad de La Plata. Había actrices infiltradas en el público que se levantaban y se iban criticando lo panfletario de la obra, se cortaba la luz y había gritos. Veníamos de hacer varias intervenciones callejeras y no queríamos perder el estilo dentro de la sala. La consola de luces, era lit, unas perillas en un cajón de manzana.
En una de esas madrugadas eternas bautizamos esa energía escénica como La Joda, robandole el nombre a lxs protagnistxs del libro de Cortázar que habíamos adoptado como nuestra primera obra: un grupo de latinoamericanos exiliados en Francia durante la dictadura militar de la Argentina de 1966, que intervenían espacios urbanos queriendo generar una disrupción cotidiana, chiquita, como filtrar cajas de fósforos usados en los kioskos.
En aquellos tiempos represivos donde está ambientada la novela, el latiguillo, “Está en la joda”, implicaba ser sospechoso, estar en una que no se debía estar.
Entonces, de este lado de la historia, estar en La Joda, es poner el cuerpo.
Libro de Manuel. 2009.
Adaptación libre de la novela homónima de Julio Cortázar.
La obra arrancaba por el absurdo. Un buen rato, el elenco miraba una pared de ladrillos del hall de la Casa por los DDHH Hermanos Zaragoza en la Ciudad de La Plata. Había actrices infiltradas en el público que se levantaban y se iban criticando lo panfletario de la obra, se cortaba la luz y había gritos. Veníamos de hacer varias intervenciones callejeras y no queríamos perder el estilo dentro de la sala. La consola de luces, era lit, unas perillas en un cajón de manzana.
En una de esas madrugadas eternas bautizamos esa energía escénica como La Joda, robandole el nombre a lxs protagnistxs del libro de Cortázar que habíamos adoptado como nuestra primera obra: un grupo de latinoamericanos exiliados en Francia durante la dictadura militar de la Argentina de 1966, que intervenían espacios urbanos queriendo generar una disrupción cotidiana, chiquita, como filtrar cajas de fósforos usados en los kioskos.
En aquellos tiempos represivos donde está ambientada la novela, el latiguillo, “Está en la joda”, implicaba ser sospechoso, estar en una que no se debía estar.
Entonces, de este lado de la historia, estar en La Joda, es poner el cuerpo.