Viernes, 02 de Enero de 2015
Martes, 06 de Septiembre de 2005

Los mansos

Por Karina Mauro | Espectáculo Los Mansos
Toda biografía es un relato. Un relato que traduce en sentidos la nostalgia de una acción pasada. Algo externo que se construye con lo propio. O más exactamente, una forma de acercarse a lo propio, a través de lo ajeno. Hace tiempo, el teatro ha descubierto (o por lo menos lo ha hecho explícito) que la biografía es susceptible de convertirse en espectáculo. La literatura, acaso, se le ha adelantado en esta certeza. La representación que nos ocupa se abre con un dato curioso, que también nos habla de lo ajeno como camino para arribar a lo más cercano: Dostoievski, “el más ruso de los escritores rusos”, escribió El Idiota en una casa florentina cercana al Palazzo Pitti. Lejos de Rusia. Un jovencito busca la casa de su infancia y en el camino vive, conoce, y se relaciona con una conflictiva pareja. Ese jovencito es el idiota. Sufre epilepsia. En ese personaje, Dostoievski, quien escribe la novela en diálogo con El Cristo Muerto de Holbein, cuya visión lo había fascinado, vuelca su historia. Alejandro Tantanián elige, como forma de lectura, crear una obra en la que vierte contenidos de su biografía. Para ello dialoga con sus actores, con la música, con el espacio. Este juego de reconocimiento de sí en el otro, que pareciera ser de cajas chinas, es en realidad una reproducción a escala de lo que nos sucede a diario. Quizá por eso Los Mansos es una obra que se expande a otros soportes más allá del específico. La plenitud de la obra se alcanzará entonces a partir de una travesía que incluye la fotografía, fragmentos discursivos reunidos en una página web, la constante referencia a la obra del escritor moscovita y algunas citas visuales a Tarkovsky, sólo por mencionar algunos caminos, además de la experiencia teatral en sí misma. Y por supuesto, todo aquello que surja del diálogo con lo que el espectador lleve consigo durante el viaje. La fotografía, quizá la más nostálgica de las artes visuales, inicia el espectáculo con una muestra que se monta en el hall de acceso al teatro. En ella, Ernesto Donegana registra el proceso creativo del director y los actores. Se vuelven obra las marcas de una búsqueda. El espectáculo todo se replanteará así como sus vestigios, como lo que ha quedado de ella. Asistimos al drama construido alrededor de tres seres en los que se confunden actores y personajes. Éstos encuentran su razón en el relato de lo que han vivido. De lo que están viviendo. De esas historias no correspondidas, donde el amor parece estar en permanente fuga. Cuando sobreviene la acción, ésta se traduce en un ataque de epilepsia sorpresivo, en una agresión inesperada. Porque la acción es aquello de lo que no se puede dar cuenta. Aquello que sobreviene, que estalla, lo que todavía no se ha podido traducir en lenguaje para darle sentido. Es por ello que queda fuera de campo. La identidad de esos seres se construye entonces en el relato de una acción pasada. En lo externo. En la distancia. En lo otro como soporte. También el espacio es resultado del mismo proceso. Con Los Mansos se descubre un nuevo ámbito en la terraza de una conocida sala teatral. El espacio escénico resultante muestra y oculta a la vez. Parece natural, sin serlo. Es que ha sido intervenido tan sutilmente por Oria Puppo que cuesta reconocer qué estaba y qué fue creado. O cuánto de lo que fue creado tiene su origen en lo encontrado, en lo descubierto. No hay escenografía, hay rastros. La disposición espacial horizontal mueve a la contemplación, al recorrido visual, al travelling. La iluminación de Jorge Pastorino se convierte en el cuarto actor, aquel que habita el espacio de manera tal que el mismo se vuelve diferente cada vez. Finalmente, el idiota arriba a algún destino, pero sólo luego de perderse en lo lejano y conocer cuánto de lo ajeno hay en él y cuanto de él hay en el otro. Porque, afortunadamente, nada en el mundo coincide consigo mismo. Acaso no haya otro camino para llegar a casa (si es que existe ese lugar) que el de la mansa nostalgia de perderse en lo remoto.
Publicado en: Críticas

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