Jueves, 15 de Enero de 2015
Viernes, 11 de Junio de 2010

Los ´70. Un pasado que inquieta

Susana Torres Molina es la dramaturga y directora de esta pieza que indaga, interpela, profundiza sin banalizar, y tiene la valentía de meterse a reflexionar sobre los finales de los ‘70 en nuestro país, sobre la represión y los desaparecidos, sin generar estampas inamovibles ni estereotipadas. Esa extraña forma de pasión, en ese gesto punzante, encuentra su profundidad, que al proponer como decisión de puesta la ambigüedad, deja al espectador para que saque sus propias conclusiones. Era hora de que el teatro se diera la oportunidad de repensar los '70, como así lo vienen haciendo el cine y la letras.

Los Tilos, Sunset y Loyola son los nombres de las tres situaciones que se presentan en escena. A su vez, tres instancias temporales distintas que se enlazan como eslabones: pasado y presente fundidos en estos seres que transitan el espacio. Los personajes, si bien se encuentran en un espacio-tiempo con situaciones distintas, sin embargo, se rozan, creen escucharse, arrimarse, temen. Como si la resonancia de sus presencias traspasara la porosidad de paredes invisibles.

La primera situación, Los Tilos, transcurre del lado izquierdo del espacio escénico. Dos jóvenes de unos veinte años se encuentran en el cuarto de un hotel de alojamiento. Una cama, mesita de luz, una ventana desde la que Celia y Paco pueden observar la calle. La situación está invadida por el miedo. Ellos se esconden. Repasan una y otra vez datos falsos para no meter la pata y que se los lleven. Están asustados porque estos compañeros militantes vieron partir al exilio a la conducción y quedan pocos. Paco repite, por momentos autómata, los principios revolucionarios. Celia duda porque no desea morir, y ya no está tan segura de querer jugarse la vida por la causa. Según su perspectiva, cada compañero intenta salvarse como puede. Y por eso se siente sola, abandonada. En el marco de esta encrucijada es donde se despliega esta situación en la que los reproches y la agonía ante un inminente allanamiento funden la escena. Paco arremete: "Nunca tendrías que haber participado. No tenés motivación, ni mística. Sos...lamentable."

La segunda situación, Sunset, transcurre en el centro de la escena, pero sus protagonistas, dos represores, Carlos y Miguel, y su víctima Laura, ingresan por los laterales de la escena, por la habitación en la que transcurría la primera situación, para pasar al mismo centro. Así comienzan a desplegarse las diversas asociaciones que el espectador puede vislumbrar y la habitación primera de hotel puede ser vista como una suerte de calabozo, así como también el miedo de la pareja militante puede quedar notoriamente en primer plano, al escuchar ésta los pasos de los opresores. La situación transcurre en un centro clandestino de detención donde una mesa de madera de escritorio, un teléfono, un fichero y pilas de libros y libros están a punto de ser clasificados con quién sabe qué parámetros de criterio. Hay, además, un juego de Scrabble. Carlos se enamora de su víctima y Laura no puede decidir en esas circunstancias, pero también sabe que ante tanta oscuridad una caricia sin cara, puede hacerle llegar un hilo de luz. Carlos y Laura hasta salen, (él la saca a bailar al boliche Sunset): fantasmas esperpénticos bailando para mitigar el vacío podría ser la imagen que no vemos, pero que evocan los personajes. Esta situación es, tal vez, la más lograda, por el cinismo, la piedad y la confusión en los que están inmersos los personajes y por las excelentes actuaciones de Gabi Saidón, Emiliano Díaz y Santiago Schefer. Carlos le dice a Laura: "¿Sabés? No hay tipos buenos y tipos malos. Hay circunstancias buenas y circunstancias malas". Los libros, las lecturas, cumplen un rol importante en esta escena y en la obra en general. Los represores aquí son grandes lectores, juegan a armar palabras y hasta se dan el lujo de alguna disertación filosófica. Carlos le dice a Miguel, su compañero: "Este juego sólo aburre a los analfabetos". Miguel le responde: "¡Dale, Borges! Si yo leo más que vos". Así, el imaginario que tenemos de los militares es modificado. Aquí son muy educados y leídos. Aquí se juega a la identificación con ellos para remarcar el peligroso juego de identificaciones. El espectador todo el tiempo tiene que preguntarse: ‘¿a quién estoy justificando?', Pregunta propia de los que ampararon la dictadura, aún los tildados de progresistas.

Loyola transcurre en la actualidad en la casa de Beatriz, una escritora que vivió en el exilio y para la cual la escritura resultó ser, a la vuelta de ese exilio, su escape del dolor y su oasis. Manuel, que es periodista y cuyo padre está desaparecido, decide hacerle una entrevista a Beatriz acerca de sus últimas publicaciones. Con grabador de periodista en mano, libros y una notebook en el escritorio, Manuel indaga una y otra vez. Quiere comprender, llegar a través de Beatriz a los ideales de sus padres y poder discutirlos, rebelarse, como lo necesita todo hijo, gritar su dolor. Beatriz evade las preguntas hacia el pasado. Con la mera mención a la palabra "militante" su mirada se pierde. Pero para Beatriz el universo de los ´70 es inentendible para un joven: "Para los que tienen ahora 20 años o menos, hablar de la lucha armada de los ‘70 es como hablar de las invasiones inglesas", dice. Pero tampoco sabe bien qué significa hoy esa época para los de su generación, porque es una época que quedó asociada al terror y la represión: "hicieron un buen trabajo", agrega. Beatriz hoy lee Claus y Lucas de la húngara Agota Kristof. Este libro nihilista tal vez represente la figura de lo que es hoy Beatriz, pero no de lo que fue. Es el resabio de la siniestra vivencia que le tocó vivir.

Con una muy buena dirección de actores, el exquisito elenco está integrado por Béla Arnau, Fiorella Cominetti, Emiliano Díaz, Pablo Di Croce, Adriana Genta, Gabi Saidón y Santiago Schefer, que delinean con precisión, profundidad y entrega a los personajes en cuestión. Torres Molina dice con justeza sobre su concepción del espectáculo que el objetivo final es presentar escénicamente una serie de estímulos, asociaciones, multiplicaciones de sentido, deslizamientos que establezcan un recorte de este singular trauma que, aún hoy, convive con nosotros en nuestra cotidianeidad, especialmente en nuestros cuerpos y sueños.

Publicado en: Críticas

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