Lohengrin

Fuente: Centro de Documentación del Teatro Colón

COMENTARIOS
DEL DIRECTOR DE ESCENA
Lohengrin: simbolismo y surrealismo

En este nuevo enfoque de Lohengrin he intentado acercarme al teatro wagneriano a través del simbolismo. Creo que el carácter de símbolo que sustentan las leyendas, las sagas y los mitos es la médula misma de todos estos relatos desde mucho antes que Jean Moréas bautizara en 1886 este movimiento como “el ropaje del que se vale la representación de las ideas para ser percibidas”. No sé en qué medida Wagner se anticipó a esta misma conclusión en sus principios estéticos formulados en su Comunicado a mis amigos antes de abordar sus obras posteriores, ya más maduras; pero así como el símbolo musical está subyacente en un Leitmotiv, también determinados personajes, situaciones y hechos son la vestimenta simbólica para hacer visible una determinada situación dramática. En ninguna otra obra de Wagner como en Lohengrin, los símbolos adquieren una fuerza onírica tal que cada una de las situaciones puede ser objeto de diversas lecturas de parte del espectador; bien podríamos subtitularla “el sueño de Elsa” o más bien el “ensueño de Elsa”. Es sabido que en la visión de la protagonista, el caballero que vendrá a defenderla y a batirse por ella para demostrar su inocencia es a todas luces el símbolo de la ética, la moral, y la grandeza mismas de la idealizada caballería medieval en un momento histórico en que el choque de civilizaciones, creencias y códigos confundía los principios de las gentes. Este personaje, real o legendario, es el único héroe wagneriano que no deviene en un antihéroe vencido o corrupto en el transcurso del desarrollo del drama, esperando la redención a través del amor femenino. El caballero Lohengrin resulta ser un emergente social de tal luminosidad (incomprensible e inexplicable para su entorno), que en su presencia las personas cambian su accionar, los círculos sociales se vuelven armónicos y el paisaje deviene en un celestial fondo onírico. Y si bien todo sueño es el símbolo de sentimientos, deseos y temores que se hacen visibles o representables a través del surrealismo, éste se nutre de su hermano mayor que es el simbolismo. A la luz de todas estas reflexiones decidí enfocar esta producción de Lohengrin como un sueño nacido de la desesperación ante una falsa acusación, que se desvanece cuando la demostración de la verdad exime a la acusada Elsa. Entonces, como sucede con todos los sueños que nos reconfortan en nuestra evasión de la realidad, el retorno a la misma se presenta vacío y desprovisto de todo significado. Al visualizar mi propuesta quise también dejar al espectador con esa libertad de interpretación a la que todo símbolo invita.
Roberto Oswald

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