“Esta casa no se acababa. Nunca pudo contarle todas las puertas y ventanas. El viento siempre encontraba donde llamar, y abrir y cerrar, y volver a abrir.” Marosa Di Giorgio.
La poesía también es una casa de incontables puertas y ventanas, por la que se puede entrar y salir y volver a entrar hasta desconocerse.
Rosa Brillando, es una experiencia exquisita a partir de Marosa Di Giorgio, una poetisa uruguaya. Ella y su poesía parecen habitar Querida Elena en el tiempo de la función y, quién sabe, tal vez un poco más allá...
-Contame cómo armaron Rosa Brillando. ¿Fue una idea tuya, fue una idea de la actriz?
-Fue una propuesta de Vanesa (Maja). Se juntaron varias cuestiones, pero la que dio el puntapié inicial fue Vanesa. Estaban las ganas de trabajar juntos. Conocíamos ambos nuestros laburos y apareció una propuesta concreta con la inauguración de la Casa del Bicentenario, ahí en la calle Riobamba, ya que allí se organizó un ciclo que se llamó Ocho mujeres, dedicado a ocho poetas latinoamericanas. Entonces, estaba esa propuesta, estaban, también, las ganas de trabajar juntos y las ganas de Vanesa de trabajar con textos de Marosa. Me preguntó si me interesaba. Nos juntamos para charlar mucho sobre Marosa. Así empezamos, fue el primer encuentro.
Siempre me había gustado su poesía. No había leído mucho pero lo que conocía me gustaba. Vanesa estaba metida ya en sus libros. Después de aquél encuentro empezamos con el trabajo, un trabajo que fuimos armando entre los dos, muy artesanalmente. Sabíamos que queríamos trabajar con Marosa, pero no partimos de ninguna idea, no sabíamos en qué iba a terminar todo... . Era un salto al vacío, decir, “bueno qué irá apareciendo” y empezamos la primera etapa que fue de lectura, mucha, mucha lectura cada uno por separado y después juntos. También nos reuníamos a leer y empezamos a hacer como primeras selecciones. La tarea más difícil de la primera etapa es a qué ir renunciando, ¿no? Renunciar a lo que te gusta es difícil en todos los órdenes y acá también fue difícil renunciar, porque sentíamos que todo nos gustaba y tuvimos una primera gran selección. Por otra parte, fueron procesos muy lúdicos porque nos veíamos en el piso rodeados de papeles. Fotocopiamos Los papeles salvajes y separamos los poemas, los cortamos todos, llegamos a desparramar todo eso en el departamento y agarrábamos al azar y empezábamos a leer y todo nos gustaba y era caótico, divertido y todavía no podíamos ver dónde terminaría todo eso. Fue un proceso que disfrutamos muchísimo. En principio tuvimos una primera selección de textos. Ahí aún no pensaba mi lugar de dirección. Te diría que era casi el laburo de dramaturgia solamente. Nos interesaba mucho que nos gustaran los textos, que nos sintiéramos cómodos, que fuera lo que queríamos contar. Así llegamos a una primera gran selección, que tenía material por lo menos para tres espectáculos.
Y paralelamente íbamos leyendo mucho sobre Marosa, sobre su vida. Su poesía está muy atravesada por su vida y fuimos, de a poco, seleccionando, teniendo que renunciar y quedándonos con lo que podía interesar. Ahí sí que empezamos a tener en cuenta la cuestión teatral, textos que nos gustaban pero que, por ahí, había algo en su forma de escritura o en su lenguaje que estaban bien para la escena... De hecho, en los textos no están cambiadas las palabras ni hay palabras nuestras. Hay mucha edición, un laburo muy grande de edición, pero no hay agregados nuestros. Por ejemplo, la escena de las flores la armamos nosotros, pero son todas las flores que menciona Marosa en sus poemas. Los nombres de mujeres son los nombres que ella menciona. Ahí ya empezamos a tener una mirada más escénica, más teatral, pensando en qué iba a ser mostrado, contado. Después de eso empezaron a aparecer como unidades temáticas.
Empezamos a agrupar una serie de poemas, de acuerdo con sus temas: el nacimiento, la infancia, la casa y la familia, el acontecer erótico o amoroso, el amor de pareja, la muerte. Casi sin querer, o sí, estaban esas unidades. Y ahí sentimos que el laburo había dado como un segundo paso, que había algo sutil que tal vez no está marcado en la propuesta final, pero que a nosotros nos servía para reflexionar, para trabajar el devenir de todo el espectáculo, el crecimiento. Esto es un poco la primera etapa.
-En Rosa brillando aparece algo que es bastante particular, y es que las imágenes que proponen no reproducen el discurso de Marosa. Las proyecciones se hacen a partir de objetos primitivos, por decirlo de algún modo, y las imágenes no van en la misma línea que la palabra... ¿Cómo pensaste estas cuestiones?
-Ése era el desafío desde mi lugar de director: trabajar con semejante autora y con textos de tal envergadura y tan ricos y acompañar eso. Pero a su vez, yo creo que desde la dirección uno tiene una mirada, puede hacer un aporte visual sobre ese material. Yo creo que en mi caso el factor determinante fue la aparición del aparato ese maravilloso, el retroproyector, un aparato que es de otra época, que se usaba para una cuestión más terrenal y más fría y menos poética. Pero justo en esa época, leñi un reportaje de Marosa, en el que ella decía que aun en la piedra más pequeña había una constelación. Entonces de alguna manera fuimos probando con esa jarra naranja de la abuela de Vanesa. La jarra en sí es una jarra común que puede estar en cualquier cocina, pero atravesada por ese aparato es un mandala, es una imagen religiosa, una imagen mística. O una ensaladera de vidrio, que con unas gotas de agua y un poquito de aceite pasa a ser otra imagen totalmente diferente. Ése fue un aporte interesantísimo, porque además sabía que no era arbitraria la elección. No lo incluíamos nada más que porque era lindo y porque aportaba belleza, sino que tenía una justificación muy importante: esto mostraba la otra vida de los objetos cotidianos.
Claro que eso también era riesgoso. El tema era no engolosinarse, porque muchas de las cosas que uno empieza a poner ahí son de una belleza... . Ponés una gelatina y es hermoso, y una cosita de vidrio . Cualquier cosa que ponías... . Parecíamos chicos
probando. Ahí también apareció lo lúdico, igual que con los textos. Estábamos tardes enteras probando y después fuimos ajustando en relación con la escena.
Marosa, además, amaba el teatro, había sido actriz vocacional, era una apasionada del teatro y le gustaba mucho la lectura personal. No le gustaba que analizaran de una sola manera sus textos. Le gustaba la visión personal, o como cada uno podía recitar sus poemas. Y eso también dio pie para afirmar que ésta es mi visión, alejada por ahí de otras miradas. Y ahí sí a nivel imagen fui tratando de encontrar cómo contar a Marosa sin los textos de ella, tratando de esquivar lo obvio o lo que ya estaba dicho.
Así aparecieron las frutas también. Necesitaba en el espectáculo que hubiera algunos momentos de silencio, para que ese silencio potenciara las partes donde aparecía de nuevo la palabra. Y así las imágenes se crean todas a partir de objetos muy cotidianos: la ensaladera, los retazos de tela, la jarra son objetos como muy de casa, muy hogareños. Además, de alguna manera, representaban, proyectados o no, el universo de Marosa.
-¿Desarrollás un poquito más el trabajo con el silencio?
Sí. Estamos muy bombardeados por la tecnología, los medios, el zapping, la imagen, los ruidos. Los auriculares se están dejando de usar. La gente va escuchando música por la calle, en el subte. Lo que antes era privado se hizo público. El silencio total es muy difícil.
Después de todo eso es muy difícil entrar en un mundo en el que la palabra es tan importante. Algo semejante sucede con la iluminación... Era necesario preparar o dejar descansar los sentidos para que luego pudieran aprovecharse...
-Sí, porque están trabajados todos los sentidos: el olfato, el gusto...
-Sí, y de pronto, entramos en una zona de casi oscuridad, salvo por unas lucecitas muy pequeñas donde la vista se tiene que acostumbrar mucho, tiene que estar muy concentrada. En los momentos en que Vanesa arma la imagen para proyectar cuesta mucho llenar todo el tiempo. Un minuto en la vida real es nada. Un minuto, dos minutos. Veía los traillers de concurso de Alternativa y tres minutos eran muchísimo. Es como un tiempo que es diferente. Algo pasa. Un minuto de silencio en Rosa brillando es muchísimo y dispara al espectador a un montón de zonas. Desde ese lugar a mí me interesaba trabajarlo.
-Ya que entramos en el terreno de los sentidos, hay algo muy especial en tu propuesta. El teatro es un acontecimiento cara a cara, es decir, todos los sentidos pueden, al menos, en términos potenciales, ponerse en juego. Y justamente es lo que sucede acá: aprovecharon esta posibilidad al máximo, incluso con el sentido del tacto.
-La flor...
-Claro: la flor, que te hace recurrir a una percepción escasamente explorada en el teatro.
-Fue apareciendo. No nos propusimos aprovechar. Es más: surgieron muchas cosas en el laburo y después leyendo muchos reportajes de Marosa, que siguieron apareciendo, era increíble porque parecía que ese reportaje lo hubiéramos visto antes de empezar a trabajar y que hubiera sido el punto de partida de muchas cuestiones. Creo que fue producto de meternos tanto con los textos de ella. De alguna manera eso quedó en nuestra cabeza y el laburo nos fue llevando para ese lugar. Hubo cosas que no sabíamos hasta que las probamos. Por ejemplo con el maracuyá, que es una de esas frutas que uno no consume habitualmente en su casa, no sabíamos que el aroma iba a ser tan fuerte pero confiábamos en que había algo. No sabíamos qué iba a ocurrir. No imaginamos lo que está sucediendo con los espectadores y lo vamos viendo a medida que transcurren las funciones (si quiere quedarse sentado, acercarse a las frutas, a las flores...). Por otra parte, las dimensiones de la sala también ayudan. Es un espacio pequeño, los olores se concentran. Es como estar en el living de tu casa, ¿no? Y lo de la flor que vos decís, tener la flor, algo del tacto que se genera, volverla hacia la escena es una manera amable de involucrar al espectador. La gente sale con muchas ganas. Es más, nos pregunta dónde compramos tal fruta, tal otra. Hay gente que sale con ganas de comprar libros de Marosa y de comer maracuyá.
-Mientras hablás pienso que es lógico que esto suceda. Todo lo que aparece verbalmente, deviene en algo que se puede percibir a través de los distintos sentidos...
-Yo sentía que era necesario que algo material de todo eso estuviera en escena. Le fuimos encontrando la vuelta. Uno piensa y prueba cosas, concretamente en el teatro hay que repetirlo todas las semanas y hay cuestiones como ligadas a la periferia de lo artístico...
-Cuesta mucho pelar tal fruta...
-Sí, o esta fruta sólo está en un lugar de Buenos Aires y hay que ir todas las semanas hasta ese lugar. O (algo muy importante) hay frutas que son de una estación, por ejemplo. Ahora incorporamos los higos, pero higos hay en esta época. En un mes y medio ya no hay más higos. Cuando hicimos las primeras funciones había granada, una fruta que nos gustaba por su color y su textura. No hay granadas todavía..., o hay un señor que vende maracuyá todo el año, a través de Mercado Libre.
A la hora de crear uno no piensa en todas estas cuestiones, pero después sí tiene que ir bajando a tierra porque esto no es una única presentación. O, por ejemplo, queremos ir a Uruguay. No podemos, de pronto, ir a determinados lugares porque no nos permiten pasar fruta. Dentro de los requerimientos más importantes nuestros, es que tal festival o tal persona que lleva el espectáculo tengan en cuenta que se necesitan ciertas frutas o una flor por cada espectador.
Pero una vez que apareció lo de las frutas confiamos mucho y Vanesa, que es una compañera muy grande a la hora de probar, de investigar, una actriz con una capacidad enorme de entrega, puso mucho para este resultado. Porque es un laburo que estaba en el borde del riesgo. Podíamos ir hacia un lado que no queríamos, pero además hay una cuestión actoral y técnica, si se quiere: cómo corto esto, cómo muerdo esta fruta, qué pasa cuando probamos con otra... . Son cuestiones que el espectador no ve, pero suceden. En una época que usábamos melón, Vanesa te dice, “¡Uy! Hoy el melón estaba riquísimo...”
-Es decir, tenés toda una zona de lo imprevisible, porque hay cuestiones que se repiten, como el texto o los desplazamientos, pero hay otras que no, por ejemplo lo de la fruta.
-En general la fruta da más para adorno que para que juegue dramáticamente
-Y en el final, cuando salen los espectadores, aparece el último sentido que les quedaba pendiente.
-Sí, la fruta a la salida. Pero en el invierno les dábamos chocolate, unas hojitas de menta. Teniendo en cuenta el lugar que es, nos parece que bien daba la propuesta.
-Para ir cerrando, ¿qué más quisieras agregar?
-Unas palabras sobre el músico. A mí me interesa mucho la situación teatral atravesada por lo musical. Mis espectáculos están muy atravesados por la música. Tenemos un músico que es joven y súper talentoso que se llama Gonzalo Ramallo, que compuso la música original y las versiones de los tres temas que se cantan.
Con Vanesa sabíamos que tenía que estar la música. La música está muy presente en la vida de Marosa, y estos tres temas contaban el universo de Marosa desde otro lugar y escénicamente también aportaban un momento para contar pero sin su palabra. Además, se genera una situación teatral interesante con la presencia del músico ahí.
-¿Y cómo eligieron los temas musicales?
-Escuchamos mucho y el tema de Ana Prada, Soy pecadora, apareció en los dos. Quiero decir, escuchándolo por separado. Nos gusta Ana Prada y sentíamos que ese tema, la letra de esa canción, tenía que ver con el universo de Marosa, tenía que ver la letra con lo que aparece. Lo otro fue una canción tradicional italiana, una canción de cuna, Sentíamos que estaba bueno que lo italiano estuviera porque Marosa todo el tiempo menciona cómo hablaban italiano en su casa sus tías, sus abuelos italianos. Y la otra, es Angelitos negros, una canción irreverente si se quiere, porque Marosa es una virgen negra, un ángel negro, de alguna manera, y también porque ella hablaba mucho de las canciones que se escuchaban en su casa. Podría haber sido cualquiera de las que sonaban en esa chacra familiar donde ella se crió. La letra tan pródiga, tan salvaje, tan abundante...
¿Quién puede resistirse a la invitación de la casa con innumerables puertas y ventanas que es la poesía de Marosa di Giorgio? Rosa brillando es una luminosa puerta abierta a su universo.