Conocí Punto T hace muchos años, pero no en Rafaela, Santa Fe, sino en San Telmo, Buenos Aires. El grupo visitaba esta ciudad y La Brusàrola se llamaba el espectáculo que vi. Si pudiera describir algo acerca de las imágenes que quedaron en mi recuerdo sobre aquella obra que me impactó, algo que diera cuenta de ella, algo grabado en ese misterio de la mente humana al que llamamos memoria, una masa de sensaciones que configuró en mi cabeza la primera impresión que tuve del trabajo de esta gente, contaría que no olvido a una muy voluminosa actriz, cuya voz imperativa se escuchaba durante toda la primera parte del espectáculo, pero cuyo cuerpo no se veía, actriz que luego sí irrumpía en escena, de pronto, sentada en una silla de ruedas, como una madre siniestra y dominante. Algo de ella aludía claramente a su condición de mamma piamontesa. Sin embargo, nada evocaba la idealización del inmigrante. Por el contrario, su presencia y su accionar correspondían a los de una madre castradora y destructiva. Pensé, en ese momento, que había que tener agallas, o, al menos, una fuerte mirada propia, para crear un trabajo de estas características en Rafaela, una localidad argentina con gran cantidad de hijos del Piamonte. Esa fue mi primera impresión. Con el tiempo tuve la oportunidad de viajar a esa ciudad y así conocer al grupo en su entorno habitual, de ver su sala, su contexto. Esta semana y la próxima, Punto T, nuevamente de visita en Buenos Aires, presentará una versión de El despojamiento, de Griselda Gambaro. A continuación, una conversación con Marcelo Allasino, su director.
-¿Cómo era hacer teatro en Rafaela cuando ustedes empezaron y cómo es ahora?
-Cuando empezamos, allá por 1989, el mapa teatral rafaelino estaba configurado de la siguiente manera: un taller municipal, que al ser gratuito se transformaba en el espacio obligado de iniciación para todos los que queríamos tomar clases – además era el único espacio de formación en la ciudad - y dos o tres grupos estables, algunos con un recorrido de mucho tiempo, como el Centro Ciudad de Rafaela, y otros creados con la vuelta de la democracia, como el grupo Abutardas, o el grupo Alas. En el Centro Ciudad de Rafaela había, también, un grupo de teatro para niños, llamado Oralita, que reclutaba sobre todo actores adolescentes, entre los cuales estábamos los integrantes originales de Punto T, aunque, por supuesto, cada uno de nosotros trabajaba también en los elencos estables.
Los grupos centraban su producción en autores argentinos o latinoamericanos, o en producciones de corte localista, siempre tomando al texto como punto de partida y centro del hecho dramático. Si eras más o menos despierto e histriónico, el proceso consistía en aprenderte el texto y lanzarte a la buena de Dios con tus recursos naturales. Eran poquísimos los actores que decidían formarse fuera de la ciudad o producir en otros centros. Podría citar a José Fanto como el único caso que conozco.
Ahora existen varios espacios de formación privados, para niños, adolescentes y adultos. Talleres a cargo de muchos de los que entonces eran los actores de esos elencos. Quien decide empezar a hacer teatro, pasa primero por la experiencia de varios años de formación (aunque sigue siendo un tanto pobre). Han surgido nuevos directores y dramaturgos. Y la producción ha tomado otros diversos rumbos. Se han revalorizado otros lenguajes del espectáculo: el texto ya no es el centro exclusivo.
-¿En qué momento tuvieron la sala? ¿Fue a través del Instituto Nacional del Teatro? ¿En qué cambio vuestra vida teatral a partir de eso?
-La sala actual es el resultado de un proceso de varios años. Previa a nuestra instalación en Constitución 250, nuestra actual casa, estuvimos trabajando en dos salas pequeñas. El primer antecedente fue la planta alta de una casa que nos prestaron durante dos años, y el siguiente fue la plata alta de mi casa, donde también estuvimos un par de años. En 1997 decidimos que necesitábamos alquilar un espacio, y así nos instalamos donde estamos hoy. En 2003 los propietarios decidieron vender, y generamos una movilización enorme para poder transformarnos en los dueños del edificio.
El INT nos otorgó un subsidio que cubrió el 40% del valor. El resto lo cubrimos con nuestros ahorros, con fondos generados especialmente a través de la campaña “Urge Actuar”, de la que participaron artistas amigos de Rosario, Paraná y Buenos Aires, y con un crédito que todavía hoy estamos pagando.
- ¿Cómo están organizados? ¿Cómo funcionan? ¿Cuántos son?
-Estamos organizados como una asociación civil sin fines de lucro. Tenemos una comisión directiva integrada, en su gran mayoría, por los actores de la compañía, y artistas de otras disciplinas, que conforman un equipo de aproximadamente 12 personas. La institución tiene alrededor de 150 asociados.
-¿Considerás que tienen una identidad, una mirada propia? ¿En qué aspectos se ve esa mirada? ¿Cómo y en qué incide en vuestra producción el teatro que se hace en Buenos Aires, en Europa, en otras provincias, en Rosario?
-Sí, creo que tenemos una mirada propia. Sobre todo un modo de hacer que es bien propio, producto de una experiencia y un camino largo y particular.
Esa mirada tiene que ver con el lugar desde el cual hacemos teatro y con lo que nos interesa. Mi grupo surgió como oposición a la tradición que privilegiaba la palabra por sobre los demás lenguajes, así que hemos intentado concebir nuestros espectáculos como hechos artísticos que trasciendan la importancia del texto escrito. Algunas de mis obras ni siquiera han sido registradas a partir de los textos de los personajes, sino, más bien, como un guión de escenas en las que ocurren determinadas cosas, de un modo en especial. Las palabras siempre estuvieron en profunda relación con cada uno de los intérpretes. Si La Brusaròla se repusiera con otro elenco, el texto cambiaría. No así las situaciones ni la propuesta estética, que creo que es en donde reside la potencia de la obra. Y lo mismo ocurre con Kilómetro Dos Veintiocho. Creo que eso es algo que nos define como grupo, el hecho de tener una mirada centrada en la potencia de cada intérprete puesto en cada situación. Creo que eso se relaciona con que yo no soy escritor y no me llevo bien escribiendo los textos para poner en boca de los personajes. Confío en lo que necesito para cada uno de ellos y en el vínculo que establezco con cada actor. Por eso, quizás, El Despojamiento es, también, una experiencia diferente en la historia del grupo.
En cuanto al teatro que se hace en los centros más importantes, éste quizás funciona como un estímulo para posicionarnos, para descartar, para determinar “de este modo no podemos”, “esta propuesta no nos interesa”, “no queremos trabajar así”, o “tomemos esto como ejemplo”. Pero no son influencias creativas. Por suerte, desde hace mucho tiempo sólo me dedico a escuchar mis propias necesidades artísticas y mi voz interior, al margen de las modas, las tendencias y las demandas del mercado de festivales y grandes ciudades.
- ¿Luego de tan larga trayectoria, es necesario venir a Buenos Aires para legitimarse? ¿Vienen por legitimación o por placer?
-A Buenos Aires vamos como vamos a tantos lugares. La diferencia fundamental tiene que ver con el placer de encontrarnos con muchos amigos y artistas con los que estamos en contacto todo el tiempo, ya sea porque trabajamos juntos en algunos proyectos, o porque han venido a nuestra sala y hemos generado vínculos importantes.
No voy a negar que mostrar en la Capital legitima en muchos sectores artísticos y sociales del Interior. Pero yo no comparto para nada esa legitimación. Porque conozco de cerca cómo funciona el circuito en la gran ciudad y puedo distinguir sus fantasías e invenciones de mercado. Si tengo que elegir entre una crítica excelente en Clarín o un espectador movilizado por mi obra en Sunchales (una ciudad pequeña aquí cerca), opto por lo segundo. El teatro ocurre con la gente de cualquier lugar, al margen del reconocimiento, de la visibilidad mediática y del apoyo del Festival Internacional de Buenos Aires o del Instituto Goethe, por dar algunos ejemplos.
- ¿En qué pusieron el acento en vuestra versión de El despojamiento?
- El despojamiento es una producción atípica dentro del recorrido del grupo en los últimos años, recorrido en el que he puesto mis energías en generar obras propias. Surge, un poco, como necesidad de proponerle a Marcela Bailetti (actriz del grupo desde hace 17 años) un desafío actoral, y también como urgencia por montar un trabajo que nos permitiera llegar a otros escenarios. Nuestras obras anteriores tienen una producción bastante compleja y eso nos limita a la hora de salir a tomar contacto con públicos de otras geografías. En cambio El despojamiento tiene un montaje que por primera vez en la historia del grupo reúne al elenco y la escenografía en la camioneta de uno de los integrantes del elenco: algo que nunca habíamos logrado.
Es una obra que siempre quise hacer, aun sabiendo que cuanto taller existe en la Argentina la toma como material para sus muestras de fin de año.
El acento está puesto allí donde Gambaro lo ha puesto. Quise ser fiel al texto, escuchar la voz de quien, para mí, es la dramaturga más importante del país, sin lugar a dudas. Tuve el honor de recibir a Griselda en Rafaela en el marco de nuestro festival. Escucharla es como recibir una copa de agua fresca en la mente. Tan clara, tan profunda, tan compleja. El vínculo víctima-victimario, la ambigüedad y contradicción del ser humano, la anulación del más débil (mujer, o lo que sea), son los temas de nuestra producción como grupo. Y aquí seguimos explorándolos. Quizás nuestra versión de la obra resulta de mi visualización de dónde y cómo ocurren los hechos.
Hay muchas razones que conectan la obra con el momento actual. Veo las tapas de las revistas y el exhibicionismo obsceno y bochornoso de la televisión, y la necesidad de la gente por conectar con eso, con la explotación del cuerpo, con la prostitución carnavalizada, la humillación permanente (que naturalizamos al punto de ya no verla). En ese punto siento que la obra de Griselda es antigua y clásica. Y me encanta. Me encanta que el texto nos muestre a una mujer quebrada, rota, que está en conflicto (aunque intente no mostrarlo) por la humillación constante y el sometimiento sexual, elementos que hoy son vistos y digeridos como divertimentos y jerarquizados por la cultura mediática. Al ver la carrera desesperada de tantas chicas (talentosas o no) que, con tal de ingresar a un cierto status mediático, se exponen a lo que sea, siento que la obra de Gambaro grita hoy más que nunca, en un momento en el que suponemos que la igualdad de derechos es algo instalado, en el que creemos haber entendido y aprendido de la historia. No es así. El poder sigue arrasando con la vergüenza y la dignidad de todos aquellos que no lo ejercemos. Entonces la obra grita y resuena, 25 años después de haber sido escrita y estrenada. Y eso es porque Griselda Gambaro es una dramaturga increíble, una verdadera artista comprometida con los grandes temas del hombre. Alejada de las banalidades formales y vacías que parecen llenar las salas alternativas de hoy.